sábado, 1 de septiembre de 2012

Helsinki: Primeros días, primeras impresiones


¡Bienvenidos a Helsinki!
Después de la eterna víspera del jueves, de esa madrugada sin estrellas, de la agonía de una despedida que se alarga y estira como un chicle; después de horas con el trasero incómodamente plantado en un asiento de aeropuerto, horas escuchando el eco de unos pasos que se alejan, horas con la mente pastosa, embotada, demasiado cansada como para leer o distraerse pero demasiado lúcida como para que los recuerdos permitan echar una cabezada... Ya han pasado 48 horas después de esa noche infame, ya estoy en condiciones de celebrar mi primer día completo en Helsinki. Y entremedias ha sucedido algo maravilloso: han caído, uno a uno, todos los miedos, los desvelos, las dudas, las morriñas. Han caído y con ellos, el denso velo que cubre el mundo para quien está angustiado; ese velo que no permite ver, ni sentir, ni vivir. Apenas he caminado por Helsinki unas horas y ya estoy completamente borracho, abrumado por sensaciones; tanto siento y tanto hacía que no sentía tanto, que por primera vez veo cómo me abandona mi habitual seguridad ante la hoja en blanco. Escribo a tientas, a oscuras, dando palos de ciego; escribo sin saber cómo poner diques y rompeolas a esta marejada. Espero que en las líneas que siguen podáis, al menos, si acaso medio adivinar la Helsinki que he visto yo hoy. 

"Helsinki es aire, es espacio; es olor a silencio, a otoño"


El otoño empieza a hacerse notar entre tanto verde
Helsinki es… Helsinki es aire, es espacio. Cuando salí empujando el carrito con mis maletas del aeropuerto de Vantaa, la impresión fue tan intensa que me paré en seco. De un lado, la claridad de un cielo azul, casi grisáceo, desgarrado por los jirones de unas cuantas nubes. De otro, ese aire tenue, leve, ligero; aire a limpio, a hojas secas. En Helsinki huele a… ¿sabéis ese momento, justo antes de que salgan los primeros rayos de sol, en el que se adivina casi más que se nota el amanecer inminente, ese despertar del mundo entre bostezos? ¿Ese momento en el que el silencio opresivo de la noche da paso a un silencio expectante, ese aliento contenido de la tierra que está a punto de volver a la vida? Así huele en Helsinki, a todas horas y a plena luz del día. A claridad tibia, a silencio lleno de vida, a otoño. En Helsinki huele a otoño, diga lo que diga el calendario; las ráfagas de viento que me dieron la bienvenida al salir del aeropuerto y que me han acompañado ayer y hoy no dejan lugar a duda. No hemos entrado aún en septiembre y a mí esto me recuerda a esos días cortos y luminosos del noviembre madrileño. No paro de preguntarme: si es así ahora, ¿cómo será en noviembre?

"Una muchedumbre silente de finlandeses que se juntan sin llegar nunca a tocarse"


Rubio arenoso, rubio pajizo, rubio dorado, rubio tostado...
Helsinki es también una muchedumbre serena, una muchedumbre de gentes que comparten espacio físico en tranvías y calles porque no queda otra opción, que se juntan pero no llegan a tocarse nunca. Una muchedumbre de finlandeses que calzan cada mañana una armadura invisible – de nuevo el aire, de nuevo el espacio – con la que mantenerse distantes, intocables, a salvo del roce y el contacto. Cuando ayer por la mañana monté en el tren hacia Helsinki Central, no tenía ni idea del ejercicio de inmersión cultural que me esperaba. Un ejército silente de finlandeses rubios – de cada diez, nueve lo son; este es un mundo de rubios - sentados con corrección en el asiento más cerca de la ventana, quedando el de al lado invariablemente vacío. Ni corto ni perezoso, me he sentado en el primer hueco que he visto, ignorando una norma no escrita de la etiqueta finlandesa que dicta que si el único asiento libre es al lado de otra persona, quédate de pie, no invadas.

Transeúntes en Aleksanterinkatu, la calle comercial de Helsinki
Cuando he sentido que el hombre a mi derecha, intranquilo, alejaba su cuerpo ostensiblemente hacia la ventana, cuando he percibido más que visto esa mirada hosca, incómoda, perforando el cristal de la ventana, he comprendido que había traspasado un umbral invisible. Un par de minutos más tarde, sin poderme contener, he sacado la cámara e intentado retratar el soñoliento Helsinki de extrarradio, mi primer vistazo a Helsinki. Entre foto y foto, he sentido, más que visto, el rabillo de un ojo posado en mí y un labio curvado, benevolente, ante el espectáculo de mi no-finlandesidad y guiridad supremas. Y entonces he vuelto a comprender, he aprendido que la fachada pétrea no es sino eso, una fachada que se derrumba con facilidad y revela un alma áspera pero cálida, poco dada a efusiones pero que siente y padece como las demás. He visto muy poco de estos entrañables suomalaiset, pero algo me dice que esto va a ser interesante; espero llegar a conocer mejor las particularidades de los habitantes de la tierra de los mil lagos. 

"Helsinki es vanguardia, un barco cuya proa orgullosa apunta siempre hacia el Báltico"


Aleksandria, el centro de informática de la Universidad de Helsinki
Helsinki, y quizá esto sea lo más llamativo para el ojo español, es vanguardia; el blanco y azul del casco de un barco cuya proa orgullosa apunta siempre hacia el Báltico. Un barco que quizás no albergue tantos pasajeros como otros pero en el que todos, capitán y marinero, se tratan de “tú” y prescinden de la pompa que tanto gusta por los países del sur. Un pequeño barco donde no es nada fácil vivir pero donde nadie se avergüenza de cuidar al enfermo, ayudar al débil, educar al niño. De la universidad de Helsinki prometo escribir largo y tendido; de momento, me conformo con quedarme con la boca abierta ante sus instalaciones punteras, respeto casi reverencial por la cultura y los libros – aquí todos, absolutamente todos van con la nariz metida entre dos páginas –, el silencio industrioso de unas bibliotecas que siempre están llenas. Ante todo, me quedo con el trato al estudiante. Un estudiante al que la gente se dirige, oh prodigio, como a un adulto al que se conceden toda la flexibilidad y libertades del mundo pero al que se exige, a cambio, la más alta implicación personal. Pacto tácito, silencioso como todo lo demás aquí, el que Finlandia sella con sus estudiantes: nosotros hacemos todo lo que está en nuestra mano para que aprendáis y progreséis, devolvédnoslo dando lo mejor de vosotros mismos. Quizá sea eso lo más refrescante de este país: la libertad absoluta para ser lo que uno quiere ser; la confianza otorgada por la sociedad para poder intentarlo.

Gris sobre gris; esculturas en Kamppi, estación central
Pero tampoco puedo olvidar las sombras de esta ciudad de luces. Apenas llevo un par de días pero lo tengo claro: Helsinki es una ciudad difícil. Helsinki son también aristas: las del edificio de hormigón recortado contra un cielo plomizo, las de la cresta de un punk – el tinte rojo se estila mucho por aquí – apoyado contra los muros de la estación de Kamppi, las del viento que ya en agosto aúlla y azota implacable, levantando los abrigos de los viandantes. Helsinki también es oscuridad, como estoy a punto de descubrir en las próximas semanas. Veremos qué tal se da el asunto; veremos si el mordisco del frío y la noche pasada por agua es tan fiero como lo pintan por aquí. de momento a este texto no le cabe una línea más ni a mí una sensación más en el pecho. ¡A dormir!



Gris

'If the path be beautiful, let us not ask where it leads' - Anatole France

1 comentario:

  1. Disfruta un montón y escribe para acercarnos todo lo que ves y sientes!! =D

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