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¿Hay un cielo más bonito que el cielo de otoño de Helsinki? |
Si
llevo unos cuantos días sin escribir no es porque no tenga de qué hablar; cada
día estoy más convencido de que tendría que dedicar cada minuto de mis noches a
poner por escrito las impresiones que voy acumulando cada día. Intento
recordarlo todo, fijar sobre piedra el mosaico de fragmentos de Helsinki que
cada día entra por mis cinco sentidos pero me veo incapaz: las nuevas vivencias
van desplazando, una a una, a las ya registradas. Lisa y llanamente, no queda
espacio para todo este vendaval de sensaciones y el cansancio acumulado no
ayuda. Compruebo, poco sorprendido, que está sucediendo lo que sospechaba allá
cuando, todavía en España, imaginaba mis primeras andaduras por aquí; compruebo
que lo urgente de mis primeros días de Erasmus no está dejando demasiado hueco
a lo verdaderamente importante: encontrarme a mí mismo en este nuevo escenario,
encontrar mi hueco en esta ciudad de aire frío, aire liso y cortante como una
cuchilla. Esta ciudad con olor a lluvia, con tacto a madera pintada, a piedra
noble, a musgo, a hierba.
"He hecho tantas, tantas cosas que apenas si he llegado a ver la ciudad en la que las hacía"
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La Helsinki que sigue su curso, que no espera |
Es
curioso cómo los estudiantes Erasmus no dedicamos nuestros primeros días a conocer
el sitio a donde nos han llevado nuestros pasos sino a todo lo contrario: a ocupar
cada día del calendario con una maratón que dejaría sin fuelle al atleta más
veterano; una maratón de viajes, de colas, de trámites, de presentaciones y
nuevas amistades – no os imagináis la de veces que he tenido que explicar “qué”
es Valladolid en apenas una semana – y de, lo habéis adivinado, fiesta, fiesta,
fiesta. Si me cuesta describiros cómo son mis días es porque apenas si soy
capaz de recordar todo lo que me da tiempo a apretujar en un solo día. Siento
como si hubiera pasado la última semana atrapado en un túnel vertiginoso,
hipnotizado ante un torbellino de luz y color, de manos que estrechar, cervezas
a las que dar un trago, papeles en los que poner mi firma, canciones que cantar…
Ahora, aturdido al otro lado de ese túnel, me encuentro con la Helsinki de
verdad, la Helsinki que no espera, que sigue su curso imperturbable y no se
arredra ante los lamentos de nadie; la Helsinki en la que he hecho tantísimas
cosas: comprado, comido, reído, bebido, bailado, resuelto problemas, contado
monedas, escrito, hablado, hecho planes. Tantas cosas, tantas tantas cosas, que
casi ni he llegado a ver la ciudad en las que las hacía.
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Tres felices exploradores en la tierra de los mil lagos |
Por
eso he recibido con alegría una sensación que lleva un día o dos filtrándoseme
por cada poro: una cierta normalidad. Quizás lo mejor de la normalidad es que
siempre termina imponiéndose a los tumultos, por grandes e insuperables que
éstos se nos antojen. Por fortuna – aunque a veces también por desgracia – el ser
humano siempre termina por hacerse a todo. Y yo me voy haciendo, aunque todavía
queda, a esta Helsinki que siempre consigue sorprenderme con algo nuevo. Retazo
a retazo, rincón a rincón, jirón a jirón se va entretejiendo el retrato de este
país, un país del que intuyo más que sé, del que sigo adivinando más que veo,
pero en el que empiezo a sentirme en casa. No es lo mismo ir al supermercado el
primer día – esa primera gran compra en la que uno se lleva el primer e
inevitable susto con los precios finlandeses – que hacerlo por ya tercera vez,
sabiendo por dónde buscar, qué comprar y qué no. No es lo mismo el sudor frío
que te humedece las sienes cuando llamas a una puerta y te reciben los veinte
rostros desconocidos de tu primera room party que la extraña calidez que sientes
dentro cuando, días más tarde, te reconocen entre sonrisas, abrazos y hasta un
mote – Steve Jobs, ¿qué os parece? Obra de un par de portugueses muy salaos.
"La magia de un mundo salvaje, duro pero donde también existe el regalo de una naturaleza que ya forma parte de ti mismo"
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La calidez de un sol que se abre paso |
No,
no es lo mismo. No es lo mismo dar tus primeros pasos por el centro de Helsinki
con los ojos muy abiertos, brillantes, presos de un hechizo, fascinados con
cada pequeño detalle, que recorrer el mismo camino varios días más tarde con
tranquilidad, más absorto en las pequeñeces y vicisitudes del vivir diario que
de las maravillas del lugar nuevo. Ese delicioso instante en el que te descubres
ya casi finlandesizado, caminando con paso resuelto con la bufanda anudada al
cuello, el abrigo ondeando al viento, con la mente entretenida con “antes de ir
a casa, tiro por Kaisaniemenkatu y me paso por la tienda de segunda mano”, “¿qué
segundo plato habrá en el menú de Porthania de hoy?”, “¿Qué dirá hoy el Helsingin
Sanomat del desastre de Nokia?” Ese instante irrepetible en el que, de pie
esperando a que se ponga en verde el semáforo de peatones de Mannerheimintie,
te sorprende uno de esos claros entre nubarrones tan típicos del otoño de aquí.
Allí plantado ante los coches que van y vienen, te descubres desanudándote la
bufanda, sonriendo ante la caricia inesperada de la luz, esa calidez, ese
viento que esconde los colmillos por unos pocos minutos para jugar a ser brisa
que te hace cosquillas en la frente. Ese pequeño acto inconsciente encierra un
mundo de significado: ya eres finlandés, ya comprendes la magia de un mundo
salvaje, incierto, inclemente pero donde también existen claros entre las
nubes, el regalo de una naturaleza que ya forma parte de ti mismo.
Puede
que sea una normalidad un poco rara (¡leche, que estoy viviendo en Helsinki!)
pero de momento me basta para seguir adelante. Prometo escribir tan pronto como
me dejen estos días con demasiadas pocas horas; estoy considerando hacer un
minirreportaje sobre la universidad finlandesa. Como despedida, os dejo con el
viento que aúlla esta noche al otro lado de mi ventana. Ojalá pudiera enviaros
un pedazo en una cajita, para que sintierais, más allá de todas estas
parrafadas mías, cómo corta el filo del viento por estas latitudes. Ayer por la
noche el termómetro de uno de los edificios de Kamppi marcaba 4ºC; con el
viento, empezaban a parecer -4ºC. ¡Agárrense, que vienen días – y noches – interesantes!
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