
Miro a
mi alrededor y ya puedo verles, esos rostros consumidos por la emoción del
descubrimiento, sosteniendo entre índice y pulgar uno de nuestros calcetines
desemparejados, etiquetando con aséptica eficiencia muestra tras muestra de pases
de discoteca y vales de descuento del Burger King, desempolvando con respeto
ceremonial la cubierta de uno de esos libros
del orden de “Manual de Farmacología” o “Anatomía Patológica” que tanto abundan
en nuestra estantería. Ah, aunque jamás llegue a conocerles y agradecerles
personalmente su rigor y competencia, siento un cariño inexplicable por mis
queridos descubridores. Sólo puedo esperar que su sentida vocación científica
resista el trance de deslizar la puerta corredera del armario y allí
encontrarse, oh infiernos, con los restos descoloridos de mi esqueleto y mi
nota de suicidio.
“No
lloréis por mí”, dirá la nota, “no derraméis lágrimas amargas por mi triste final,
pues muero en paz, sabiendo que no me aguarda en los infiernos horror
comparable al de gestionar los trámites para obtener una beca Erasmus”.
“¿Erasmus?”, se extrañará en voz alta la antropóloga jefe, una suerte de Bones futurista pero igualmente tenaz,
recibiendo por respuesta de su colega allí presente una mirada de idéntica
confusión.
A todas
esas cejas levantadas, preguntándose en estos momentos sobre la relación entre
la historieta anterior y la beca Erasmus, les remito a la portada de cualquier
diario nacional del último año. A menos que las cosas den un giro de 180º - y
aunque en política lo hagan con frecuencia, rara vez es para bien -, el deseado
Erasmus tiene los días contados en nuestro país y bien podría acabar
perteneciendo al campo de la antropología; un mito que los futuros estudiantes
españoles citarán con fervor para la incredulidad del que les esté escuchando:
“¿Becados para estudiar en el extranjero? ¡Te estás quedando conmigo!”

Al
estudiante elegido para disfrutar de una beca Erasmus pronto se le atraganta el
entusiasmo al darse cuenta de que los trámites, lejos de terminar, no han hecho
sino comenzar. A partir de ese momento, al pobre incauto le esperan horas y más
horas perdidas golpeando la cabeza contra ese muro tras el que se parapetan la
mayor parte de administrativos de las oficinas Erasmus; unos administrativos
armados con la más indescifrable de las retóricas indescifrables, sembrada de
entelequias burocrático-lingüísticas que lanzan al estudiante sin perder la
media sonrisilla.
No hay que olvidar que sobre sus hombros descansa la titánica
labor de gestionar centenares de solicitudes con muy pocos medios; tampoco hay
que olvidar – ni dejar de agradecer – que desempeñan esa labor estupendamente. Por eso
cuesta comprender por qué parecen querer convertir el proceso en algo más
inhumano de lo innecesariamente inhumano para el estudiante, criminalizarlo
cada vez que tiene una petición de información – un derecho evidente para quien
paga una matrícula – en un proceso
burocrático en el que a uno le surgen a patadas. Como digo, no lo comprendo.
¿Quizás un desquite, una de esas pequeñas venganzas a las que tan afectos somos
los humanos? Ni lo sé, ni creo que vaya averiguarlo en esta vida.

De
hecho, si la universidad salva la cara en estos temas es gracias a la labor de
voluntarios (ya me veo a la Botella dando palmas): el estudiante de tu facultad
que se encuentra en el Erasmus que has solicitado y que desinteresadamente te lo
cuenta todo, desde la ropa de abrigo que uno necesita para sobrevivir a los -25
de Helsinki hasta la cuantía de la beca que recibe cada mes, pasando por el
garito Erasmus en el que dejarse caer cada miércoles; los jóvenes becarios que
trabajan en la oficina Erasmus y que consiguen (¡Oh, prodigio!) que cada vez
que llames a la puerta de la misma no sientas que estás metiéndote en la jaula
del león.
A todos
ellos, profundo y sentido agradecimiento. Porque es gracias a ellos que uno
conserva una cierta esperanza tras esa odisea a la deriva por los fangos del
laberinto burocrático. Hace apenas una semana, finiquitado ya el último trámite
(contaros cuál sería alargarse más de lo que ya se está alargando este
interminable post…), volví a casa andando y me senté frente al ordenador. Sin
darme cuenta, abrí el explorador y tecleé “Helsinki” en la barra de búsqueda. Así,
envuelto en el silencio de los instantes irrepetibles, mis ojos devoraron con
avidez cada detalle de la instantánea a pantalla completa de la ciudad en la que voy a pasar un año de mi vida. Y por fin se hizo la luz; y por fin lo sentí brotar a borbotones dentro de mí,
como brotan las cosas inesperadas pero sin retorno:
Me voy,
me voy, ¡¡ME VOY!!
Gris
Papeleos Erasmus: http://www.youtube.com/watch?v=Vwn3A2RknXg&feature=related
ResponderEliminarJejejeje
Sobretdo, después de hacer todo el papeleo, que no se te olvide enviar la Letter of Confirmation 1!!!
ResponderEliminarLo dice una que sabe...¿eh? Puff, espero que no se me olvide nada...
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