martes, 3 de julio de 2012

Los muros de Finlandia


"¡Sufra usted por La Roja, hasta las abuelas lo hacen!"
Dado que este blog no es sino un espacio donde sincerarme (como todo buen bloguero tengo ese punto justo de narcisismo), no quedará fuera de lugar que comparta con vosotros uno de mis pecados más inconfesables: me aburren los grandes eventos deportivos. Me aburre la histeria colectiva, los gañidos guturales que resuenan desde las gargantas más viriles, hipnotizadas frente a un televisor, esas que se encogerían con testosterónica indiferencia ante la instantánea del niño sirio ensangrentado pero que se derrumban y lamentan cual damisela quejumbrosa cuando un árbitro no señala ese penalti. 

Me aburren los derroteros que ha ido tomando un periodismo deportivo que trata, muchas veces sin éxito, de ir rellenando el gran vacío de contenido de unas competiciones que, at the end of the day, no son sino la repetición hasta el desmayo del esquema de unos equipos enfrentados a otros. Para ello, acuden al más grandilocuente de los lenguajes grandilocuentes, a esa épica que a tantos emociona – pero que a mí, oh infiernos, me aburre, aburre, aburre – y que gusta de ampulosidades huecas tales como la “eternidad”, la “leyenda”, la “conquista de Europa”, la “final más emocionante de la historia”, la “triple corona”, el “ejercicio de hidalguía”,  y así hasta el infinito, conformando una jerga que se antoja dialecto exclusivo a unos cuantos elegidos pero que no deja de ser una variación de unos pocos y manoseados lugares comunes.  

"La Roja se ha convertido en un dogma, en el único vehículo legitimado para que este país exprese sus sentimientos"

 Oh sí, me duele blasfemar de esta manera pero no me queda más salida: me aburre profundamente La Roja. En cambio, lo que está bastante lejos de aburrirme y me fascina y preocupa a partes iguales es la manera en que se ha convertido en un dogma, el único vehículo que parece legitimado para que este país desquiciante canalice sus sentimientos. Como de todo lo demás, esta España siempre tan barroca, que no da un paso sin lanzar un par de gritos – piel de toro, que le dicen – ha hecho de la celebración un dogma, un axioma al que todos, hombre o mujer, niño o anciano, rinden homenaje con frenética devoción. Y la celebración de las celebraciones de la postmodernidad son las victorias deportivas, todo ello máxime en un país que jamás se ha visto cómodo con sus símbolos nacionales y que busca siempre canales alternativos para sentirse, en palabras de Primo de Rivera, una, grande y libre. 

No todos tienen por qué compartir sus intereses, caballero
Así las cosas, en la España de nuestro tiempo se ha establecido una ecuación bastante peligrosa en cuanto al sectarismo que trae consigo: la mejor y principal manera de creer en nosotros es vitoreando, cerveza en mano, a un once de unos cuantos hombres que, con sus muchas cualidades – no dudo que las tendrán – no representan a nuestro país en mayor medida que nuestros músicos, ingenieros o científicos (esos a los que el mismo Gobierno que aplaude goles desde palcos reservados ha declarado que “sobran”, ¿se acuerdan?). Aún más negativo que vincular fútbol con patriotismo es tratar de imponer ese esquema a los que, respetándolo como respetamos toda opción, jamás podríamos identificarnos con ella y unirnos a esa enorme fiesta (fiessssshta, que diría alguno); tuits como el que aquí os traigo hacen que el que aquí escribe se sienta poco menos que un paria por expresar lo que no deja de ser una duda razonable. Y eso que, a diferencia de otros, no he tenido el más mínimo interés en que ganara otro país la final, sólo que - oh, crimen inconfesable - tampoco me quitaba el sueño que lo hiciera España.

El Primer Ministro de Finlandia, Jyrki Katainen (Europa Press)
La mente entretenida con estas y otras reflexiones igualmente intrascendentes, esta mañana consultaba el portal de El País y mis ojos, aún entrecerrados a pesar del cafetón que me he desayunado, se han abierto con sorpresa al toparse con la palabra “Finlandia” en nada menos que un titular. Un poco más despierto, he pinchado y devorado una historia que con sus particularidades, representa el clásico de desconfianzas y recelos norte-sur. A través de su sobrio pero cortante primer ministro Jyrki Katainen – qué apellidos más resultones tienen siempre estos finlandeses -, Finlandia se ha desmarcado del entusiasmo general hacia el acuerdo alcanzado por el Consejo Europeo de la semana pasada y declarado que se opondrá a la compra directa de deuda de países que han sido, en palabras de Katainen, “irresponsables”. Con toda la carga de significado que esa palabra tiene para una de las sociedades más insoportablemente responsables de Europa y por ende, del mundo entero.  

Esta noticia me ha picado la curiosidad por conocer más de cerca los entresijos de la política del país en el que voy a pasar un año de mi vida y así he comprobado que una vez más, la política interior del país está condicionando sus decisiones en el exterior, y de qué manera. Después de todo, frau Merkel, su misma aplaudida mentora y heroína, se ha mantenido en sus trece con el dogma suicida de la austeridad no – o al menos no principalmente – porque creyera de verdad en él sino porque era lo que percibía como aquello en lo que creían sus votantes, que al fin y al cabo son quienes la renuevan cada cuatro años en su fabuloso despacho de la Cancillería de Berlín y no los irresponsables ciudadanos del sur. Y si en Alemania el único monstruo al que teme nuestra Merkel son sus votantes, en Finlandia lo es un populismo de corte ultranacionalista y xenófobo, como sólo puede serlo una nación en la que nueve de cada diez personas son escandalosamente altas y rubias, con un par de ojos azul grisáceo que envidiaría cualquiera de nosotros, oh sureños.

¡Damas y caballeros, les presento a los Auténticos Finlandeses!



Hablo de Perussuomalaiset (PS) y en cristiano, Auténticos Finlandeses, formación que en las elecciones parlamentarias de 2011 sorprendió a todos – comenzando por los propios finlandeses, siempre tan comedidos – con un escalofriante 19.1%, convirtiéndose en la tercera formación más votada y principal oposición a la actual coalición de centroderecha. Como ya hiciera la infame Pia Kjærsgaard en Dinamarca, Timo Soini ha sabido captar las pulsiones euroescépticas de la tierra del millón de lagos y se ha convertido en un verdadero tormento que, paradójicamente, condiciona más las decisiones en política exterior que la propia coalición gobernante. En el fondo y a pesar de su arraigada tradición de tolerancia y hospitalidad, la Finlandia aislada y monoétnica jamás se ha manejado bien con ese otro moreno, bajito y ruidoso, jamás se ha llegado a desprender de los clichés sobre los países del sur, ese mito del mediterráneo inconsciente por cuya pereza y errores siempre deben pagar otros. Aunque reconozcámoslo: a construir ese mito hemos contribuido como nadie los ciudadanos y muy especialmente los políticos del sur, con una bonanza a base de pelotazos que se ha desmoronado mientras fortalezas como la finlandesa soportaban la crisis sin mayor problema. 

"La Finlandia aislada y monoétnica jamás se ha manejado bien con ese otro moreno, bajito y ruidoso"

 Me confieso intrigado por ver cómo se manejará un español como el que escribe estas líneas – aunque ni moreno, ni bajito, ni ruidoso, español al fin y al cabo – por esa Finlandia erguida en nórdica paladina de la causa antirrescate. Sospecho que bien, dado que la experiencia siempre me ha demostrado que los estereotipos jamás resisten el peso de la sensatez de una (buena, se entiende) interacción personal y directa. Pero siempre me quedará la fascinación por los engranajes que mueven a esta Atlántida del Báltico en su relación con un mundo que apenas oye hablar de ella y cuando lo hace, rara vez es sin los consabidos tópicos. Siempre me fascinará una Finlandia que, como acabo de comprender, combate la inseguridad derivada de saberse remota, aislada e ignorada construyendo unos muros aún más altos en torno a su inmensidad de bosques y lagos. Nosotros tendremos a La Roja para calmar nuestro miedo a la irrelevancia, pero a ellos sólo les queda ser, más que nunca, la Finlandia que se vuelve sobre sí misma.

Gris

(http://www.expatica.com)

4 comentarios:

  1. Sin palabras Jose. La misma noche de la final le decía a Dani que me apenaba profundamente esa alegría desmedida por el éxito de un puñado de futbolistas (que sin embargo han hecho su trabajo, ¿no?) y no por los logros que en materia de ciencias han logrado sus conciudadanos (todos los que permite un país que invierte nada y menos en I+D+i). Puede que infravaloremos la capacidad del deporte para darnos cohesión nacional, pero su capacidad de cegarnos ante los verdaderos problemas que pasa, y ha pasado siempre, nuestro país hace que desprecie esa cohesión.

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  2. Desde luego, los propios futbolistas son lo de menos, yo les veo más víctimas que otra cosa por mucho que acumulen ceros y más ceros en su cuenta. Lo peligroso es y será en lo que nosotros les hemos convertido: en "héroes" que tienen que devolvernos, por sí sólos, toda la esperanza que nos ha quitado el castigo de los ajustes y la pereza de todos a la hora de levantarse contra ellos.

    No me importa en absoluto que la gente se lo pase bien pero desconfío de esta alegría forzosa a modo de cortina de humo que viene desde todas partes. Un besote Bea :)

    PD: ¿Has podido seguirme en el blog? No tengo ni idea de cómo habilitarlo, así de mal me manejo yo por aquí...

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  3. No puedo seguirte, pero sin duda lo haría

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  4. ¿Y ahora? Creo que lo he conseguido...

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