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¡Socorro, un batablanca asesino! |
Cuanto
más lo leo, más me atrae ese título para abrir las improbables memorias de mis
años más recientes. Decía George Carlin que es preferible mantener un grupo de
amigos lo más pequeño posible puesto que tres de cada cuatro asesinatos son a
manos de alguien que conocía a la víctima. Y yo parezco haber dedicado los
últimos cuatro años en Madrid a llenar mi vida de más y más potenciales
asesinos, de esos que aguardarán al instante en que me abrace la fama, firme autógrafos
en mejillas febriles de admiración y acumule más Pulitzers en la estantería que
tomos de la Enciclopedia Británica para entrar en mi luminosa villa a orillas
del Báltico – puestos a soñar estupideces – y asesinarme a sangre fría. Sí,
queridos lectores y blogueros: no les hablo sino de mis queridos batablancas.
Aunque
todavía queden un par de cafés hasta escribir unas memorias – para bien o para
mal todo está aún por escribir en la página en blanco que sigue siendo esta humilde
vida mía -, estos días de un cielo azul insoportable, de emociones que zumban y
restallan como lo hace la electricidad en una tormenta de verano, este julio
que sigue, como junio, oliendo a una despedida que no termina, que sigue
sonando a megafonía de última llamada en una estación, sabiendo a la sal de
unas lágrimas mal contenidas… Como decía – que me pierdo, como siempre – este
julio no he podido evitar sentarme a contar atardeceres y a echar la vista
atrás, en ese ejercicio tan masoquista pero tan entrañablemente humano conocido
como hacer balance, mirar alrededor de uno y preguntarse: compañero, ¿en qué
punto nos encontramos?
"Si hay algo que me aterra son los puntos de inflexión, esas épocas en las que se cierran puertas y se abren otras"
Como
gran inseguro, si hay algo que me aterra son los puntos de inflexión, esas
épocas en la vida de uno en las que se cierran puertas con ese chasquido de lo
definitivo y se abren otras por las que se intuye más que se siente el aire de
las cosas nuevas. Sé que esto no es problema para algunos – ese tipo de gente
cuya vida ha sido una sucesión de reinvenciones, de embarcarse en viajes sólo
de ida y nunca mirar atrás – pero yo no puedo cerrar ninguna puerta sin
preguntarme por lo que dejo atrás.
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¡Un brindis por Renia, Renata, Rinitis, Renardo y Renoir! |
Y
es que, en este caso, lo que dejo atrás es una amistad que difícilmente hubiera
sospechado cuando, hace cuatro años y acompañado por mi pequeño, entré por
primera vez en la Facultad de Medicina, estreché manos y besé mejillas
intentando entre nervios memorizar tantos nombres desconocidos que luego llegarían
a significar tanto. Sitúenme en mi contexto, que diría un erudito de la
pragmática: recién llegado de una Salamanca escenario de mil fracasos y
soledades, aún desconfiado, receloso de todo acercamiento, de toda sonrisa
fácil… No recuerdo bien ya qué es lo que esperaba exactamente de los Madriles y
de la gente que iba a conocer; lo que sé es que no se parece en nada a lo que
ha llegado a ser después.
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A veces cuesta recordar la vocación entre tanta línea |
A
riesgo de estereotiparles, si quiero describiros a mis batablancas deberé necesariamente
mencionar la carrera de Medicina, ese monstruo insaciable que durante seis años
ha devorado, mordisco a mordisco, esquema tricolor a esquema tricolor,
diapositiva a diapositiva, todas las horas de su tiempo libre. Podríamos hacer
cábalas sobre si hubiera sido menor la amistad de haber estudiado otra carrera,
pero la realidad ha sido que estudiaban medicina, que desde que les conocí y
hasta hoy mismo – mientras yo escribo estas líneas y vosotros las leéis, ellos
se dan de cabezazos contra un resumen MIR de las patologías de la faringe – se
han dejado la piel por sacar adelante unos estudios. ¿Y cómo no simpatizar con
ellos? ¿Cómo no derrumbarme cada vez que asistía a la enésima renuncia, al
enésimo instante de silenciosa amargura ante el hecho de saberse encadenado a
una mesa y unos apuntes mientras allá afuera el tren de la vida seguía en
marcha y a él se encaramaban, entre alegres carcajadas, los afortunados que
eligieron estudiar otra cosa?
Pero
hoy quiero hacerles justicia, no quiero recordarles únicamente – ni que
vosotros les conozcáis – por la losa que han cargado a cuestas; quiero
recordarles por cómo han tenido la entereza de quitársela de encima, de,
cerveza en mano, burlarse de ella a golpe de carcajadas, de anécdotas, de fotos
ridículas, de desmadres, del último cotilleo susurrado entre cinco o seis
cabezas inclinadas, de abrazos colectivos. Y es de eso de lo que hoy vengo a hablaros:
de una victoria. Porque aunque muchos de ellos sigan sin enterarse – todo el
día estudiando estos batablancas tan cansinos, nos necesitan a nosotros para
que se lo recordemos -, han ganado la batalla. Como ya hiciera David con su
minúscula honda, a base únicamente de esfuerzo, paciencia inquebrantable y,
ante todo, capacidad de reírse de sí mismos – cómo si no habrían sobrevivido –
mis batablancas han vencido a su Goliat particular, le han asestado el golpe
mortal y al final, han encontrado su propio camino tras años vagando por el
desierto. ¿Y acaso no es eso lo que, con mayor o menor éxito, tratamos todos de
conseguir en esta vida?
"Mis batablancas han ganado la batalla, han encontrado su propio camino tras años vagando por el desierto"
Enfundado
en un traje que me prestaron, el pasado 30 de junio asistí a su graduación. Armado
de una cámara, mi objetivo les fue siguiendo a todas partes, apostados uno a uno en la
fila que llevaba hasta el escenario, imponentes ellos con su austero
black-and-white, nerviosas ellas encima de esos tacones imposibles y dentro de
esos vestidos de mil y un colores; esos vestidos que tan pocas veces han podido
calzarse en estos seis años de saciar al monstruo. Allí, entre instantánea e
instantánea, noté brotar dentro de mí una sensación rara de desazón, el nudo en
el estómago del que contempla hipnotizado un paisaje y despierta del sueño para
darse cuenta de que quizás jamás vuelva a contemplarlo. Allí me di cuenta de lo
mucho que me han dado estos batablancas a lo largo de estos años y todo en un
momento en el que pensé que ya nadie me daría nada. El post de hoy, así como
cada uno de los futuros éxitos y fracasos de este humilde juntaletras, va
dedicado a ellos.
A
Mario, Débora, Susana, Silvia, Jose, Sandra, Alicia, Cristian, Bea, Pepi,
Lidia, Marta, Vicky, Mafe, Raquel, Lola, Iván, Limonche, Fran, Paula, Ana,
Irene y un larguísimo etcétera.
Gris